El asombro en peligro de extinción

Imagina que estás asistiendo a un performance. Primero, entras a un cuarto en total obscuridad, tomas asiento y frente a ti aparece una pequeña luz; en cuestión de segundos aquella luz se convierte en un vagón de metro corriendo a toda velocidad en tu dirección. ¿Qué harías?

Aquella fue la sensación percibida por el público en una de las primeras sesiones cinematográficas de los hermanos Lumière en 1896 con “L’arrivée d’un train à La Ciotat”. A partir de ese momento, cambiará drásticamente la percepción e imaginario visual de todas las generaciones sucesoras.

 

Desde el instante en el que la imagen se pudo almacenar, reproducir, alterar y distribuir a nivel masivo, nuestra imaginación, capacidad y tiempo de asombro han disminuído considerablemente, proponiendo nuevos retos para los generadores de contenido alrededor del mundo.

Un gran ejemplo se encuentra en la historia del cine de “terror”. En 1973 se estrenó “El Exorcista”, película que gracias a la dirección de Friedkin, y avances en efectos especiales como maniquíes mecánicos con cabezas giratorias mezclados con sonidos de carteras viejas de piel, consiguieron un impacto cultural que incluía: miedo, llanto y gente desmayada en salas de cine. (Impacto Cultural en “El Exorcista” 1973). A partir de ahí, éste género ha tenido que buscar nuevos recursos: incorporando nuevas tecnologías, tanto visuales como sonoras, con mejores narrativas, creando combinaciones de géneros como “comedia” (Scream, 1996) o “gore” (Saw, 2004). Todo esto con la intención de recuperar nuestra necesidad de asombro y las ganancias que esto conlleva. ¿Se ha conseguido ese mismo efecto?

El cine y la T.V. no son las únicas disciplinas que han explotado ésta capacidad. La publicidad también ha sobresaturado nuestros sentidos en la búsqueda del asombro. Desde los carteles de Touluese Lautrec hasta nuestros comerciales actuales, los cuales sobrepasan a la imagen y tratan de involucrar a nuestros cinco sentidos con el objetivo de generar una experiencia de mayor complejidad (BTL). Marcando con esto nuevos caminos para conseguir nuestro asombro y al poco tiempo, sobresaturando a la sociedad de estos mismos recursos y perdiéndolo una vez más.

Otras disciplinas como la moda, la música, el arte, etc. también han sido provocadas bajo esta necesidad de asombro. En el 2009, la artista mexicana Teresa Margolles presentó en la Bienal de Venecia su obra “¿De qué otra cosa podríamos hablar?”,cuyo tema se enfocaba en los asesinatos ocurridos por el narcotráfico en México. Para la realización de su pieza, Teresa metió telas con sangre de las víctimas en agua caliente y trapeó la sede de la Bienal. Aclaro que en ningún momento intento hacer una crítica a su obra, sin embargo, ¿cuál fue el motivo para que el expectador tuviera una reacción tan fuerte ante ésta? y ¿qué factor determinó la utilización de aquellos recursos en específico para desarrollarla?

Actualmente, con la inclusión de redes sociales dentro de nuestro cotidíano, así como el acceso a una cámara y video dentro del móvil, el contenido vsual que consumimos se ha incrementado estratosféricamente, dando pie a poder presenciar situaciones “en crudo”, sin ningun filtro o curaduría en su información. Un ejemplo podría ser el tsunami de Japón en el 2011, el cual pude presenciar vía livestream en tiempo real desde mi computadora; en ese momento, la situación fue una causa de impacto en mi; sin embargo, ocho años después, encuentro diariamente una gran cantidad de imágenes en diversas partes del mundo con situaciones similares, reduciendo su importancia al de “una imagen más”.

 

El asombro siempre ha tenido la cualidad de ser lucrativo en nuestra cultura; sin embargo, la sobresaturación visual y la gran cantidad de contenido en el cual estamos inmersos en nuestra vida diaria, están menguandolo cada vez más. ¿Estamos perdiendo nuestra capacidad de asombro?

Share your thoughts