Medir la felicidad para un desarrollo sostenible

¿Podemos pensar en la felicidad de la población como la base de un modelo de desarrollo?

2017 fue el año que más malestar emocional presentó la población mundial en lo que va de la década. De acuerdo a los resultados de los indicadores de la Encuesta Mundial de Gallup, que evalúa las experiencias de estrés, enojo, tristeza, preocupación y dolor físico de las personas; el 2017 representó no sólo el año de mayor puntuación sino que cada una de las experiencias negativas, excepto el enojo, registraron nuevos récords.

Recordemos por un momento ¿Qué pasó en el 2017?

Comienzan las negociaciones del Brexit; toma posesión en la Casa Blanca y da inicio el primer año de presidencia de Donald Trump; los huracanes Harvey, Irma y María dejan comunidades enteras devastadas a su paso; la continuidad de la crisis humanitaria en Siria; de refugiados de Myanmar; el referéndum de independencia de Cataluña; resurge y toma fuerza el movimiento del #MeToo; la revocación del programa de DACA y los terremotos en México y en la frontera de Irán e Irak.

Estos fueron los encabezados principales de aquel año, que dejó como resultado el más negativo emocionalmente para la población mundial. Está claro que si estamos llegando a niveles insospechados de tristeza y estrés como ciudadanía global y como individuos, no estamos yendo por buen camino. ¿De qué nos sirve saber esto? Aparte de las repercusiones en salud y la relación directa con la exacerbación de violencia, nos ayuda a entender acontecimientos como el voto del Brexit y el resultado del “No” al plebiscito de Acuerdo de Paz colombiano, hechos que desconcertaron al mundo. Desde el 2014 la gente en Rusia, India, Colombia, Egipto y Brasil han estado calificando peor sus vidas año con año. Es necesario que los líderes del mundo conozcan el pulso emocional de sus habitantes y que empecemos a humanizar la definición de desarrollo.

 

Veámoslo por partes. Hemos conocido un mundo en el que se prioriza el desarrollo económico, incluso por encima del bienestar de las personas y que para satisfacerlo, el medio ambiente ha sufrido gran deterioro. Al transitar una época en la que las naciones buscan implementar una agenda de desarrollo sostenible en la que nadie se quede atrás, ¿No es hora de comenzar a aterrizar conceptos tangibles de política pública que se traduzcan no sólo en bienestar sino en felicidad? Hablar de la felicidad como base para este modelo, parecerá extraño ya que una de las primeras reacciones será que la felicidad no se puede medir. ¿Cómo definimos y valuamos la felicidad?

Si entendemos que la felicidad y el bienestar son derechos de nacimiento, entonces nuestros valores y nuestra realidad no se están alineando mucho. Es por esto que en 2011 la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó una resolución que reconoce la felicidad como definición holística de desarrollo, invitando a los países miembros a medir la felicidad de su gente y usar esos datos para guiar políticas públicas. En 2012 se llevó a cabo la primera Reunión de Alto Nivel de la ONU: Bienestar y Felicidad: Definiendo un Nuevo Paradigma Económico y en 2013 se celebró el primer día Internacional de la Felicidad.

De manera más concreta existen 2 reportes que pretenden medir la felicidad, ambos con abordajes distintos en cuanto a definición y metodología. El Reporte Mundial de Felicidad elaborado anualmente por SDSN de Naciones Unidas, refleja cómo la gente percibe o valora su vida, cuantificando aspectos que aportan al bienestar tales como: ingresos, expectativa de vida saludable, libertad, confianza y generosidad. En este reporte Finlandia califica como el país con la población más feliz del mundo; Venezuela el de mayor disminución de felicidad de sus habitantes y Togo el de mayor crecimiento.

Por otro lado, el Reporte de Emociones de Gallup evalúa las experiencias de cómo vive la gente con una serie de preguntas divididas en experiencias negativas (tristeza, estrés, dolor físico, preocupación y enojo) y positivas (descanso, sonreír y reír, disfrute, sensación de respeto y aprender o hacer algo interesante) en este sentido las personas más felices del mundo se encuentran  en América Latina.

 

 

Los reportes indican que las naciones con mayor PIB per cápita y mayor estado de bienestar, no son necesariamente las más felices. Utilizar indicadores económicos tradicionales para medir el bienestar, nos cuenta solamente una parte de la historia. Es así que Bután buscó la fórmula para crear un modelo de desarrollo que alineara los dos, adoptando como filosofía de gobierno la Felicidad Interna Bruta (FIB) en contraste con el Producto Interno Bruto (PIB). Consta de indicadores utilizados para medir la felicidad colectiva y el bienestar de su población. Esta visión de crear una correlación, a partir de la FIB, de un balance entre el crecimiento económico con el bienestar espiritual y emocional de sus habitantes fue instituido en 2008 en su Constitución como objetivo principal del gobierno.

 

 

Por más novedoso que sea todavía, la conciencia de que la felicidad es un objetivo fundamental del ser humano y el reconocimiento en agendas internacionales y en modelos de gobierno, de la necesidad de un crecimiento económico que esté en balance con el bienestar y felicidad, es un comienzo muy significativo que aún no ha visto su potencial. Lo cierto es que cualquiera que sea nuestra definición de felicidad, es algo que todos hemos experimentado alguna vez en la vida y a lo cual aspiramos. Reconocemos la felicidad como meta individual pero pocas veces nos ponemos a pensar en ella como valores colectivos, aspiracionales como comunidad y sociedad. Para tener poblaciones felices, ciudades felices se necesitan individuos felices, que tomen responsabilidad de su propia felicidad y bienestar, ese es un primer paso.

América latina nos demuestra que la felicidad puede existir a pesar de nuestros gobiernos, como individuos y como sociedad. Sin embargo como definición holística de desarrollo, se necesitará de un gran esfuerzo y voluntad política para alinear estos valores con un modelo exitoso. ¿Veremos el siguiente paso hacia la realización de este modelo? ¿O se quedará en la intención de las agendas internacionales y el ejemplo de Bután pasará a la historia sin ser mejorado y amplificado?

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