Capítulo 2: Feminismo y Espacio Público: Lecciones de la Marcha contra la violencia policial.

Nuestras ciudades son constructos culturales, hábitats construidos por los seres humanos para nosotros mismos. Sin embargo, vemos que dentro del hacer ciudad, quienes han diseñado y gestionado (hasta hace muy poco) nuestras ciudades han sido siempre hombres. Lo cual quiere decir que cada vez que salimos a la calle como mujeres, todo lo que vemos y experimentamos ha sido pensado y creado desde la mitad de la población.

Desde el momento en el que ponemos un pie fuera de casa, la ciudad impacta la manera en la que nos movemos y la vivimos, nos demos cuenta de ello o no, teniendo que tomar decisiones para nuestros trayectos no en base a nuestra comodidad o eficiencia en tiempo, sino muchas veces en cuanto a nuestra seguridad. Somos minoría en cuanto al impacto que podemos tener en nuestro entorno y si hablamos de minorías como las personas con alguna discapacidad, la supresión del derecho a la ciudad es aún mayor.

En este capítulo de la serie de género de Álgido, exploraremos el rol del espacio público con perspectiva de género. Específicamente en el contexto de los acontecimientos de las marchas feministas contra la violencia policial. No pretendo ahondar en el trasfondo de los feminicidios y la violencia de género que dio pie a la marcha del pasado 16 de agosto en la Ciudad de México. La intención es más bien explorar el precedente que deja el resultado de la violencia y los enfrentamientos en las reacciones de la población.

Vidrios rotos, fogatas en la glorieta de Insurgentes, destrozos y pintas en varios puntos de la ciudad incluidos el monumento al Ángel de la Independencia, generaron el debate en redes sociales y distintos ámbitos de la sociedad que calificaron el movimiento de radical y vandálico. Parecía como si el foco de la manifestación se hubiera centrado en los actos violentos que se desataron y no en las razones por las cuales las mujeres estaban saliendo a la calle. 

Soy una total convencida de que la violencia confrontada con violencia, no es la vía hacia la solución. Sin embargo creo que generar consciencia de por qué se desatan estas conductas, es clave para entender y crear soluciones conjuntas, sin denigrar el hartazgo de muchas, ya que los comparativos y descalificativos solo dejan ver la falta de sensibilidad desde la narrativa machista imperante. 

 

El espacio público en su carácter democrático, sirve de lugar de encuentro, de debate, de protesta. Un monumento tan emblemático, símbolo de un hecho histórico que nos representa como nación, tiene el simbolismo capaz de representar también los valores que exigimos. No se trata de favorecer un atentado contra el patrimonio sino de identificar lo que esto representa, un referente de ideologías, un espacio de apropiación de la ciudadanía. Va más allá de ser elemento turístico o nodo articulador en el tejido social-urbano, contiene un simbolismo que representa valores e identidad. Recordemos los episodios tras las manifestaciones que ha sufrido el monumento a la República en París, un espacio de apropiación ciudadana para protestar ante acontecimientos que han marcado la historia recientemente.

Las pintas siempre serán restaurables, incluso hay colectivos de restauradoras que hicieron la petición ante el Gobierno de la Ciudad para que las pintas fueran documentadas minuciosamente para enfatizar y mantener viva la memoria colectiva sobre este acontecimiento y sus causas.

En esta ocasión los daños públicos se estimaron en 1,5 millones de pesos, razón de enojo para muchxs. Quizás tomar perspectiva de la dimensión del problema ayude a no enfocarse en esa cifra porque al fin y al cabo ¿cómo valuamos las vidas de las mujeres que mueren cada día en el país? ¿Cuánto valen las vidas de las que ya no está y de las que mañana podemos no estar?

 

 

 Foto: Milenio Digital
Foto: Milenio Digital

 

La forma en la que las mujeres nos relacionamos con el espacio público, crea un cúmulo de experiencias sociales y emocionales, pasando por el miedo, hasta la organización colectiva. La producción de un espacio social, como un monumento o una plaza, no es solamente su construcción, es el resultado del cúmulo de experiencias sociales a las cuales nos hemos tenido que conformar

evitándolas o adaptándonos. Estamos ante un hecho que dio mucho de qué hablar, hasta ahí por lo menos logró su cometido, pero hacer ruido no es lo mismo a que el mensaje haya sido entendido. Ocupar el espacio público física o simbólicamente es sin duda un acto político, con un contexto muy particular, por lo que reducirlo a un juicio de modales nos dejaría en la ignorancia y con poco espacio para construir sobre lo que ya ha cimentado el movimiento.

Abogar por ciudades feministas es abogar por ciudades igualitarias, ciudades que funcionen para todxs.

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